...me
dijo Sartre al anunciarme mi admisión. Le gustaban las amistades
femeninas. La primera vez que lo ví en la Sorbona llevaba un sombrero y
conversaba con aire animado con una estudiante grandota que me pareció
muy fea; pronto le desagradó; se había hecho amigo de otra más bonita,
pero llena de complejos y con la que no tardó en disgustarse. Cuando
Herbaud le habló de mí quiso conocerme enseguida; y ahora estaba muy
contento de poder acapararme; a mí, ahora, me parecía que todo el tiempo
que no pasaba con él era tiempo perdido. Durante los quince días que
duró el oral del concurso sólo nos separabamos para dormir. Ibamos a la
Sorbona a pasar nuestros exámenes y a escuchar los de nuestros
compañeros. Salíamos con los Nizan. Tomábamos copas en el Balzar con
Aron que hacía su servicio militar en la meteorología; con Politzer que
se había afiliado al Partido Comunista. Pero generalmente nos paseábamos
los dos solos. En los muelles del Sena, Sartre me compraba novelas de
Pardaillan y de Fantomas que prefería con mucho a la correspondencia de
Rivière y Fournier; de noche me llevaba a ver películas de cow-boys por
las que yo me apasionaba como una neófita, pues era versada sobre todo
en el cine abstracto y en el cine de arte. En las terrazas de los cafés o
tomando cócteles en el Falstaff conversábamos durante horas.
...Se
interasaba por todo y nunca aceptaba nada como resuelto. Frente a un
objeto, en vez de escamotearlo en provecho de un mito, de una palabra,
de una impresión, de una idea preconcebida, lo miraba; no lo abandonaba
antes de haber comprendido sus circunstancias, sus múltiples sentidos...
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