martes, 3 de abril de 2012

NOCHES DE LA ANTIGUEDAD

"Entramos en el círculo de lapislázuli, donde ella bendijo mi cuerpo
desnudo en un orden preciso. Esto también os digo: pasó el incienso
por mi ombligo y mi frente, mis pies y mi garganta, mis rodillas y mi
pecho, y por último, por los vellos de mi ingle. Luego ungió los siete
lugares con gotas de agua, pulgaradas de sal y, por último, con gotas
de aceite. Sostenía una vela encendida cerca de mi cuerpo para
calentarlo. Ahora yo estaba bendecido y preparado.
Del altar tomó un cuchillo con mango de fino mármol blanco y punta tan
afilada que hasta el ojo podía sangrar si se lo miraba fijo. Luego se
quitó su bata blanca y se quedó tan desnuda como yo. Con el cuchillo
me pinchó el vientre, justo debajo del ombligo, y mezcló mi sangre con
la suya, pues también se pinchó debajo de su ombligo. Desde allí
repitió cada paso de la bendición, tomando una gota de sangre de mi
frente y de la de ella, del dedo gordo del pie, del pecho y de la
ingle. Cada gota de sangre se aferraba a al punta del cuchillo como
una lágrima, hasta que lo llevaba a la misma parte de su cuerpo, de
modo que cuando terminamos, nuestra sangre estaba mezclada en estas
siete moradas. Nos erguimos juntos frente al altar, solemnes, desnudos
e igualmente marcados
Ahora yo ya estaba preparado para ser consagrado ante su templo. Me
hizo acostar sobre la piedra dentro del círculo, en donde ardía un
pabilo en un platillo de aceite; allí levantó un látigo y lo dejó caer
sobre mí dos veces, cuatro veces, luego catorce veces.
De muchacho me habían azotado muchas veces. Luego debía arrastrarme y
buscar barro para restañar las heridas sangrantes. En mi primera vida,
por más alto que fuera mi rango, nadie podría haberme confundido jamás
con un noble: tenía demasiadas cicatrices de latigazos en la espalda.
Un azote no me era extraño. Pero ser azotado por Bola de Miel era
diferente. Ella lo hacía con una suavidad que se propagaba. Si
arrojarais una piedra en un estanque, y en el segundo intento
lograrais acertar con otra piedra en el centro del primer círculo, y
en el instante preciso (de modo de no crear una confusión al
esparcirse la ola, pero sí profundizar el rizo), entonces os
acercaríais al arte de Bola de Miel. El dolor me penetraba como el
aceite perfumado alcanza hasta el último resquicio de la tela. En
noches anteriores me había enseñado a besar, y yo vivía en la
opulencia de esos abrazos, y sabía por qué el besar es una diversión
de nobles. Ahora atravesé los valles de las flagelaciones. Un vértigo
cercano a la embriaguez se apoderó de mis pensamientos, lo cual
equivale a decir que me entregué a una adoración de mi propio
sufrimiento, pues me sentía como purificado de toda vergüenza. Estaba
al borde de la resistencia, listo para saltar al cielo debido a la
tortura del mero toque del látigo. No obstante, provenía de ella una
ternura. ¿Cómo explicar tal choque de sentimientos? Permitid que os
diga que ella dejaba caer el látigo con golpes perfectos, una vez
sobre cada nalga, luego dos veces y después una vez sobre las catorce
partes dolientes del cuerpo de Osiris que ahora pertenecía tanto al
dios como a mí. Me fustigó la cara, una vez con los ojos cerrados,
otra con los ojos abiertos; luego le tocó el turno a la planta de los
pies, a los brazos, a los puños, la espalda y el vientre, el pecho y
el cuello. Por último el látigo cayó sobre mis testículos y, como una
víbora, se enroscó alrededor de mi flácido gusano. Entre nubes de
fuego oí cómo Ma-Khrut recitaba con voz clarísima, después de cada
golpe, "Os santifico con óleo", mientras me ungía con óleo las partes
donde el azote dejaba llamas, hasta que el fuego se enfrió y se
convirtió en el calor de mi cuerpo. Luego ella dijo: "Os santifico con
vino", y acercó la astringencia del vino a las 14 llamas, y mi piel
volvió a dar alaridos. Entonces ella me lavó suavemente con agua fresa
hasta que, al aquietarse el ardor, surgió el vapor de mi corazón; y
ella dijo: "Os santifico con fuego", pero se limitó a acercar el
incensario a cada lugar dolorido. Dijo por fin: "Os santifico con mis
labios", y me besó en la frente con los ojos abiertos y luego cerrados
me besó en las plantas de los pies y en los músculos de la corva de
los brazos, me besó los nudillos de mis manos cerradas, y mi espalda,
y el vientre, el pecho, el cuello, y terminó lamiendo alrededor del
círculo de los testículos, y muy suavemente en la cabeza de mi espada
que se elevó de entre el suave lodazal de mis ijares hasta volverse
poderosa como un cocodrilo. Luego ella dijo: "Os nombro Primer
Sacerdote del Templo de Ma-Khrut, que mora en Osiris. Jurad que seréis
leal, jurad que serviréis", y cuando yo exclamé que lo haría (era el
último juramento que había requerido en cada una de las 14 partes), se
arrodilló ante mí como un templo maravilloso de dulce y temblorosa
carne, y susurró mi Nombre Secreto, y manaron los catorce oasis en los
que yo había absorbido las exudaciones del dolor, y mi río se desbordó
en torrente.
Ese fue el fin del rito, pero sólo el comienzo de los placeres de esa
noche. Ahora fui yo quien le fustigó las nalgas, grandes como la luna
y rojas para cuando terminé mis azotes. Yo también aprendí el arte de
la flagelación, pues no era mi brazo el que sostenía el látigo, sino
su corazón que lo atraía hacia su cuerpo, de modo que yo sentía que
estaba azotando la marejada de su corazón. Luego, ante mi propia
sorpresa y espanto, pues jamás había hecho esto antes (ni siquiera por
Usimare), tomé esas montañas de faldas azotadas y acerqué la cara al
pliegue de su asiento y, con ávida voracidad la besé en el lugar donde
esconde su fragancia todo lo que pronto morirá. Después de tantos
esfuerzos, olía como un caballo. Ella hizo lo propio conmigo, y
rodamos con la cara escondida en el posterior del otro, y así, con esa
ceremonia, nos casamos. Ya nunca seríamos iguales que antes. Ella me
dio tantos besos en el portal del trasero, y tantas caricias me hizo,
que terminé sintiéndome como un faraón, tendido de espaldas, sin saber
si era el marido o la mujer de todo Egipto. Transportado por
corrientes tan maravillosas, volví a sentir que había propósitos a los
que ella no se refería y que me iba convirtiendo en el esclavo de sus
vastas intenciones."

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